Apologética deriva del término griego apología,
que se aplicaba originalmente a un discurso de defensa. En la antigua
Atenas, se refería a la defensa que tenía lugar en el tribunal como parte de un
procedimiento judicial. Después de la acusación, se le permitía al acusado
refutar las acusaciones con una defensa (apología).
El griego apología aparece 17
veces en el Nuevo Testamento, como sustantivo y como verbo, y en todos los
casos puede traducirse “defensa” o “vindicación”.
Podemos diferenciar cuatro funciones de la apologética:
La primera función podemos llamarla vindicación o prueba, y abarca la presentación
ordenada de argumentos filosóficos, pruebas científicas e históricas de la fe
cristiana.
La segunda función es la defensa, y está más cerca del uso de la palabra
apología en el Nuevo testamento y entre los primeros cristianos, en el sentido
de defender el cristianismo contra la profusión de ataques realizados en cada
generación por los críticos comprometidos con otras creencias. Significa
clarificar la posición cristiana frente a interpretaciones y exposiciones
equivocadas; responder a las objeciones, las críticas y las preguntas de quienes
no son cristianos, y en general, despejar las dificultades intelectuales que
según los incrédulos se interponen en su camino para aceptar la fe.
La tercera función es la refutación de creencias contrarias. Alude a la
tarea de dar respuesta a los argumentos que presentan los no cristianos como respaldo
de sus convicciones. La mayoría de los apologistas coincide en que la
refutación no es suficiente en sí misma,, ya que demostrar que una filosofía o
religión no cristiana es falsa no prueba que el cristianismo sea verdadero.
La cuarta función es la persuasión. Esta función se concentra en conducir a
los no cristianos hasta el momento del compromiso con Jesús. El objetivo del
apologista no es simplemente ganar una discusión intelectual sino además
persuadir a las personas a entregar su vida y su destino eterno, y hacerlo por
fe en el hijo de Dios que murió por ellos.
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